viernes, marzo 06, 2009

El frio patagonico y la calidez familiar.

La vida en la nueva granja, dedicada a la cría de ovejas, fue una lucha constante contra el medio inhóspito, el temible frío del invierno, los espectrales vientos que no cesaban de soplar. Pero, el mito de la Patagonia cruel y desolada se desvanece ante un espíritu perseverante y luchador. Juan Domingo lo sintió en carne propia: estuvo a punto de perder dos dedos de sus pies por congelamiento. Sin embargo, pese al clima violento y a la vasta soledad, supo ser feliz en esas tierras. Doña Juana se adapta a los avatares de esta nueva vida, monta a caballo como los hombres, cura a los enfermos con remedios caseros, ejerce de comadrona, participa junto a su marido y a sus hijos, cuando salían a caballo, a cazar guanacos y ñandúes. También debe consolar a sus hijos con toda su capacidad de madre. Ellos reciben educación de un maestro, controlado de cerca por el mismo Mario Tomás, cuya pequeña biblioteca constituyó el primer contacto de Juan Domingo con el mundo de la literatura.
De tanto en tanto, sus progenitores salían en sulky con abundante provisiones de ropas, que repartían entre los más humildes. Su padre decía que uno se recibe de argentino recién cuando funda un pueblo o cuando por lo menos, ve crecer la semilla en el campo, mediante su propio esfuerzo. “Todo lo que demos a los humildes es poco, decía, en realidad lo estamos devolviendo. Los olvidados de Dios, como dice la expresión popular, pero que sabemos que no son otra cosa que el fruto de la desidia y la incompetencia secular de los gobiernos”.
Sin embargo, la contribución más importante de su padre hacia el futuro presidente fue a través del ejemplo moral. Cuenta una anécdota que una vez un indio indigente se dirige en busca de ayuda. Mario Tomás lo recibe con gran cortesía, le habla en su propio dialecto y le ofrece un par de cabras y un lugar en el campo para construirse una pequeña vivienda, Juan Domingo le pregunta por qué tenía tanta consideración con ese indio Tehuelche, a lo que su padre respondió: “¿No has visto la dignidad de este hombre? Es la única herencia que ha recibido de sus padres. Nosotros los llamamos ahora indios ladrones y nos olvidamos que somos nosotros quienes les hemos robado todo a ellos”. Cierta noche, recuerda Perón, antes de ir a dormir, mirando por la ventana el campo inmenso, interminable, sumergido en el mas profundo silencio, la voz de su padre corta el hermetismo de las sombras: “Saben por qué en el campo la soledad es más grande que el horizonte? Porque el Gral. Roca asesinó a los únicos seres humanos de esta llanura. Tanto es así, que entregaron la vida luchando por su tierra. Los indios Pampas, los Tehuelches, los Pehuenches, fueron masacrados en nombre de la ‘civilización’. Ahora sus hijos son parias del destino. Roca les robó la tierra y la repartió entre sus lugartenientes. Algunos se quedaron con ella, pero la mayoría la vendió a los acaudalados porteños. Así nació la oligarquía terrateniente, que sumergió al descendiente del aborigen aún más con el transcurso del tiempo y que limitó posteriormente, el acceso político de la inmigración europea, a la propiedad de la tierra. Ese es el origen de la pobreza de la gente. Los pobres de hoy son tratados como extraños, en la tierra que fue de sus antepasados”.
Es común ver a Mario Tomás charlar con los paisanos, como uno más entre ellos. Muchos peones se quedaban a vivir en sus tierras y Juan Domingo los trata con mucha naturalidad, como si fuesen sus tíos. Nunca se los consideró peones en el sentido peyorativo que muchas veces se le da a esa palabra. Fue comisario y Juez de Paz, labriego y hacendado, padre, amigo y confesor y no sólo de sus hijos. Su casa era hogar familiar tanto como oficina pública o improvisado oratorio, y todo debido a las múltiples actividades que desarrolla y que sólo le reporta, como beneficio, un profundo prestigio entre los pobladores. Con un gracias! y un apretón de manos se sentía bien pagado.

No hay comentarios.: