viernes, marzo 06, 2009

Cuando Mario conoció a Juana. La calavera de Juan Moreira

En una tarde de abrasadora primavera de un 9 de noviembre de 1867, nace en un barrio silencioso de Bs. As. Mario Tomás Perón, es el mayor de tres hermanos y el que acompaña a su padre, Tomás Liberato, en sus visitas médicas en carácter de enfermero. Es rubio y de ojos azules. Lo llaman “el gringo”. Le gustan los libros y la naturaleza y, con el tiempo, empieza a detestar la medicina. Sin embargo, por mandato de su padre, debe seguir la carrera en la Universidad de Bs. As. Algunos dicen que es a causa de una enfermedad pulmonar, otros porque no soporta más vivir en la porteña ciudad y otros afirman que, lisa y llanamente, Mario es un inconstante. Lo cierto es que un día abandona la carrera, hace las valijas y se lanza a experimentar la vida de campo.
En lugar de darle un azote por no dedicarse a fondo a su carrera, Tomás Liberato le da una mano: le escribe una carta al Dr. Eulogio del Mármol, compañero de promoción y socio en la compra de un campo llamado “La Estanzuela” en 1886, para que le dé alojamiento a su hijo y lo ayude en lo que pueda. Del Mármol es una figura singular en Lobos. Participó en la autopsia del gaucho Juan Moreira, un matón justiciero que se convertiría en mito popular (la calavera de Moreira estuvo en poder de Mario Tomás por espacio de varios años, le fue obsequiado por del Mármol, hasta que resolvió cederla al Museo de Lujan para evitar que su hijo siguiera asustando a la gente; le faltaban algunos dientes que Juancito quebró cierta vez que cayó abrazando la calavera, mientras asustaba a Gabriela, una vieja sirvienta de Dominga Dutey). Fue juez de Paz, un héroe en las luchas contra la epidemia de cólera y está a punto de ser electo intendente. Del Mármol recibe al joven Perón como a un miembro de la familia. Le entrega unas tierras en las afueras de la ciudad. Mario siembra alfalfa y maíz. Se asocia con Del Mármol y comparten ganancias por la cría de ganado.
Mario tiene 22 años y es un gran emprendedor: con más de tres mil cabezas de ganado sortea el cerco de los acopiadores que compran todo por monedas, vende directamente a los estancieros, y surte de alfalfa a un grupo de empresarios que tienen tranvías tirados por caballos. A los pocos años, gana protagonismo, ejerce como Juez de Paz y sale de testigo en ventas de campos y es un codiciado padrino de bautismos.
En 1874, aparece Juan Irineo Sosa que se emplea, junto a su mujer y cinco hijos -entre ellos Juana Sosa-, como puestero en una pequeña estancia de Lobos; la estancia del socio de Perón. Allí, en casa de Del Mármol, Juana y Mario, que le lleva ocho años, cruzan miradas por primera vez.
Juana, es una jovencita de 15 años de sangre indígena semianalfabeta perteneciente a una antigua familia que provenía de la localidad de Azul. Es hija de Mercedes Toledo y Gauna, una tehuelche o aoniken, que nadie sabía por cuenta y cargo de qué ‘huinca’ (blanco) y de qué malón es su raíz. Ella apareció en el fortín de Lobos. Y su padre, Juan Ireneo, era al parecer de estirpe quechua, nacido en los pagos de Guasayán, en Santiago del Estero, cerca del límite con Catamarca y vino de cuidador a una estancia cercana a Lobos, trabajando después como albañil.
Alcanzaron cierta notoriedad en el lugar al brindar hospitalidad a Juan Moreira. La zona de Lobos fue escenario de las postreras hazañas de este último gaucho alzado, célebre por la resistencia que le ofrecía a las partidas policiales y por su valor indómito; valor que la pluma de Eduardo Gutiérrez habría de convertir en legendario. Los abuelos maternos de Perón, alcanzaron a conocerlo y le brindaron amparo.
Allí vivía Juana, sobrellevando una situación común a familias de su clase, realizando actividades variadas. Cuentan que vendía pasteles y huevos, destacándose por su forma decidida de montar a caballo y recorrer los lugares distantes, haciendo su propia clientela. En esa etapa conoce al joven Perón, y que por autorización de Del Mármol comenzará a hacerse cargo de las labores domésticas en la casa de su futuro compañero.
En los umbrales de 1889 Mario Tomás dejó súbitamente las tareas rurales y algunos amoríos para reencontrarse con su familia -entonces en Ramos Mejía-, urgido por la muerte de su padre, pero pasado el duelo y otra vez en la zona de Saladillo y Lobos, decide vivir unido a Juana hasta su muerte en 1928. Juana volverá a casarse con un empleado rural llamado Marcelino Canosa Pozal.

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