viernes, marzo 06, 2009

DESENTRAÑANDO A LA HISTORIA.

Cuando miramos hacia atrás, hacia el pasado, vemos irremediablemente que, ese pasado, se nos bifurca en infinidad de direcciones, eventos, acontecimientos, sucesos, hechos...
Es en el método que utilizamos para vincular todo ese conjunto de elementos, en cómo sistematizamos y ordenamos para su posterior difusión en los medios de consumo masivo (libros, televisión, documentales, discursos, etc.), lo que permite separar una escritura de otra. Una lectura de otra. Una posición de otra.
Por supuesto que, cuando uno elige qué dar a conocer, deja de lado muchas otras cosas.
Esta elección no se da como resultado del libre albedrío, sino que es el resultado de la interacción de diversas influencias que condicionan la propia escritura y al escritor mismo. Cuando seguimos la trayectoria de un hecho histórico, aparecen situaciones en que ésta se vuelve cada vez más inestable y finalmente se descompone en una multiplicidad de nuevas bifurcaciones. Cuál de esos caminos resultará elegido, es una cuestión ‘subjetiva’, es una elección condicionada por la “visión de mundo” de la estructura mental de carácter colectivo que representa la clase o sector social a la que el indagador pertenece. Es decir, quien escribe lo hace comprometido con una posición social a la que representa, con un sistema económico y político al que se adscribe, con una ideología a la que adhiere. Bien afirma Marc Bloch “...a todo estudio de la actividad humana amenaza el mismo error: confundir una filiación con una explicación”. Por supuesto, este tipo de actitudes nos lleva a considerar la Historia como “literatura conjetural” o una representación para fabricar ficciones.
Además, dista mucho de que los hechos descriptos en la historia sean la pintura exacta de los hechos mismos tal como han ocurrido: éstos cambian de forma en la cabeza del historiador, se amoldan a sus intereses y adquieren el tinte de sus prejuicios”, afirmaba Jean J. Rousseau.
El pasado es una construcción y una reinterpretación constate en que la historia “recoge sistemáticamente, clasificando y reagrupando los hechos pasados, en función de sus necesidades presentes. Sólo en función de la vida interroga a la muerte (...) Organizar el pasado en función del presente: así podría definirse la función social de la historia”, nos indica Lucien Febvre

No siempre la historia que conocemos suele ser la historia fidedigna y verosímil. Diferentes razones hacen que ésta se desvirtúe y que al final de los tiempos nos lleguen vagas referencias que en la realidad nunca tuvieron tal importancia o veracidad. Tal vez las causas por lo que sucede esto sean por el transcurso del tiempo que casi todo cambia o el caudal de intereses que los suscitaron. Un proceso narrado históricamente puede tener dos o más variantes o ambas, aún ajustándose a la verdad, puede tener interpretaciones diferentes. Todo se circunscribe a la sensibilidad y formación, claridad y honestidad intelectual de quien escribe.
Cuando muere Juan Domingo Perón el 1 de julio de 1974, desaparece no sólo el protagonista principal de una gran parte de la historia argentina, sino que con él se fueron también muchas de las posibilidades de desentrañar la verdad sobre episodios que construyeron su propia figura mitológica. Desde sus orígenes, el General mantuvo con sus fuentes una oscura relación, que fue acrecentada por quienes lo rodearon en las diversas contingencias de su vida política y por él mismo, que se prestó a una suerte de ocultamiento de sus datos personales.
Ni siquiera de su fecha de nacimiento hay certezas definitivas. El día es aún discutido: si el mismo se produjo el 7 o el 8 de octubre. Si fue en 1895 o en 1893.
Si en su ascendencia predominaba la sangre india o provenía de familias de inmigrantes; y, finalmente, hasta su mismo lugar de origen están hasta hoy en tela de juicio. Sorprende entonces la forma en que se construyó una historia cuando debieron haber estado asentados los principales hechos de su vida, como en cualquier caso, máxime siendo integrante de una institución como el Ejército mismo.
En cierta oportunidad el historiador Félix Luna se acercó a Perón para recabar de él datos que necesitaba para sus trabajos. La respuesta de Perón fue desalentadora:
- Mire Luna -le dijo- todas estas cosas yo se las dejé a Pavón Pereyra para que sea él quien las maneje, de manera que ahora no puedo inmiscuirme en lo que está haciendo.
Enrique Pavón Pereyra, historiador que compartió con Perón la primera oficina que tuvo éste en el Ministerio de Trabajo, fue con el correr del tiempo el biógrafo oficial del ex presidente. Así, en uno de sus últimos libros - “Yo, Perón” - escribe en primera persona, como si fueran realmente las memorias dictadas por el ex presidente la biografía de éste. Es la base de este blog.

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