viernes, marzo 06, 2009

De Córcega a las pampas y el gran médico.

En 1827 llega a Bs.As. un joven con pasaporte extendido por el Reino de Cerdeña, llamado Tomás Marius Perrón (de origen sardo-francés, luego cambiado a Perón). Eran horas bravas de una historia que recién comenzaba a escribirse en la Argentina, había concluido la lucha por la Independencia y era el tiempo de la organización nacional, nadie imaginaba su duración y tampoco que se estaba gestando el inicio de desencuentros que llegaría hasta nuestros días. Un tiempo donde quedarán un sinnúmero de argentinos muertos en un camino que recién comenzaba a transitarse. Privilegio de tristezas acaso no deseados, dolor nunca esperado y agonía innecesaria, pagada como precio a los sentimientos de justicia, tierra y libertad.
Tomás Mario fue un romántico empedernido sin saberlo, un soñador que no sabía de sueños, un audaz que desconocía de su arrojo, un muchacho lleno de inquietudes, como tantos otros que venían a la América. En una tarde del verano porteño conoce a Ana Hughes McKenzie, hija de un carpintero londinense y madre escocesa, llegados en 1825. Se casan el 12 de septiembre de 1833 y continúan viviendo en la desorganizada ciudad trabajando al frente de una tienda, consiguiendo ser dueños de varias zapaterías e importadores de botines italianos.
Tienen siete hijos, entre ellos está Tomás Liberato Perón, uno de los médicos más insignes de la Argentina de aquella época, quien participa en la batalla de Pavón y Cepeda, senador porteño por el mitrismo y presidente del Consejo Nacional de Higiene, distinguido profesor de química y medicina clínica, reconocido por su inteligencia, su notable sensibilidad y por la nobleza de su carácter. Tuvo una destacada actuación como Practicante Mayor del ejército en la Guerra del Paraguay, así lo refleja uno de sus mas insignes alumnos, Ignacio Pirovano, en carta a Eduardo Wilde -luego de una batalla- donde exalta la figura de Tomás Liberato con los heridos. Se casó en 1865 con Dominga Dutey de Martirena, una viuda nativa de Paysandú (de sangre vasco-francés, cuyos padres habían llegado de Savoy, al sudeste de Francia), con quien tiene tres hijos, Mario Tomás, agropecuario, Tomás Hilario, droguero; y Alberto Carlos, militar. Además, Dominga tenía dos hijas de su primer matrimonio: Baldomera y Vicenta Martirena.
Fue amigo, entre tantos otros, de Leandro Alem, de Eugenio Cambaceres, Pedro Goyena, Carlos Pellegrini y de Federico Tobal. El hijo de este último, Gastón Federico Tobal, en su libro “De un Cercano Pasado” incluye, entre otras semblanzas, la de este médico amigo de su padre. Tobal padre, incluso, escribió la nota necrológica de Tomas Liberato Perón aparecida en La Nación del 7 de febrero de 1889, seis días después del fallecimiento. Fue también tiernamente evocado en las “Memorias” de Ezequiel Ramos Mejía, su alumno e insuperado ministro de obras públicas. Como médico curó casi milagrosamente al niño Luis de Elizalde, hijo de Rufino de Elizalde (Ministro de Relaciones Exteriores en la presidencia de Mitre). Esa aureola -y por haber sido su hijo Alberto cadete del Colegio Militar- sirvió más tarde a su nieto, Juan Domingo, para ingresar a la carrera de las armas.
El abuelo de Juan Domingo fue el único antecesor con notorio prestigio intelectual y social, lo que significaba un valioso reconocimiento en la Argentina. Fue un gran hombre, un gran médico, pero sobre todo recordado docente por su abnegada tarea de cátedra en la universidad porteña, que no la abandonó ni siquiera ante la enfermedad que terminó por doblegarlo, algo que le consiguió el reconocimiento de colegas, amigos y alumnado. Cabe citar, también, que haya reunido en su jardín la colección de rosas más espectacular de Sudamérica, con 500 variedades.

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