sábado, marzo 07, 2009

La tragedia se hace presente. Tomo y obligo!

En 1938, ya en el país, muere su mujer de cáncer de útero, quedando en el desasosiego más grande que experimentó hasta ese momento, “Me paso a mí como a tantos otros hombres que cuando su profesión muestra su verdadero alcance, logra transformarse en una pasión que le hace olvidar el aspecto de su vida cotidiana y familiar. “ Potota” fue quien mejor supo de aquellas contradicciones y digamos también que fue la persona que más la padeció, aunque supo soportarme e incluso, a veces, con su doloroso silencio, ayudarme”…“Sentí ese día, creo que por primera vez en la vida, el sabor de lo irremediable, la desesperación de quien tiene las manos atadas. El miedo a la soledad o a la mala compañía. Todo lo tapé con exceso de trabajo, no quería pensar en ella. Ocupaba mi cabeza con muchas cosas, pero andaba a los tumbos”...“Si estuviese a mi lado le diría gracias, porque supo ser una digna mujer para una digna tarea; pero también le pediría perdón, por no haber advertido durante 10 años todos los actos que me brindaba producto de su amor, y por no haber aprendido durante todo ese tiempo que la mujer posee una misión en sí misma, aunque a veces por amor la resigne, y la inmole ofrendándola al hombre, con una abnegación que bordea lo sublime”.
El matrimonio no tuvo hijos. Perón no podia tener hijos, en virtud de un accidente en motocicleta cuando era joven. Quienes conocieron bien a Perón afirman que de sus esposas, Potota fue a la que mas amó.
Templado en la dura disciplina militar de pronto se encuentra frágil y desorientado. No quiere que sus amigos, sus jefes y, menos aún, sus soldados, lo vieran de ese modo. Poco después emprende un viaje por la Patagonia. La tierra de sus primeros años de vida, de sus vivencias infantiles, recuerdos que saltaban de su infancia cabalgando en su inolvidable “petiso” por los escabrosos caminos, cuando seguía a la peonada que iba en los carros a la precordillera a buscar leña para soportar la fría invernada patagónica. Recorre 18.000 Km. en auto, hasta detenerse en un pueblo perdido en la soledad de esos caminos misteriosos y enigmáticos. Encrucijada entre la vida o el infierno. Entra en un almacén de ramos generales, que parece esperarlo en medio de tanta melancolía y tristeza. Tiene la impresión que ha llegado al fin del camino. Pide una ginebra. El cantinero le acercó un vaso y una botella. Están solamente los dos. “Mándese un trago, beba conmigo”, el tendero ya tenía su vaso lleno. Queda preso de las circunstancias y en su fueron interno sentía una tremenda frustración por lo que le estaba sucediendo, en ese pequeño espacio se encontró con la mirada perdida, el rostro desfigurado, distante, que en vano trata de esconder, como si en un interrogatorio silencioso se preguntara: por qué?. Pero calla y soporta en silencio con la mueca de una sonrisa triste. Después de varias botellas, como en una ráfaga de viento, se vino la realidad encima, realidad que en esos momentos no entiende demasiado aunque conoce sus posibles resultados. Y fue un instante en que logra superar sus alicaídas fuerzas, una especie de pánico lo envolvió de repente, y como si estuviera dentro de un interminable túnel, la quietud se rompe y la voz áspera del curtido almacenero lo mira decididamente a los ojos, como sabiendo de estas cuestiones del alma, y le sugiere “creo que es tiempo de que regrese”. Encuadró entonces, “…es tiempo”, dijo Perón.
Retorna a principios de 1939. En ese año muere su mejor amigo de cáncer. Se distrae ayudando al padre Antonio D’Alessio en la organización de competencias atléticas para los niños pobres del vecindario. Se hicieron certámenes de fútbol, esgrima, clases de judo y de lucha grecorromana.
Se halla contento con los chicos, pero su condición de entrenador iba a durar poco. Recibe la orden y no le dejan espacio para la duda o la réplica: lo han designado agregado militar en la embajada argentina de Roma. Iba a estar dos años fuera de nuestro país.
No sabía si me estaban ayudando a olvidar aquel desgraciado momento que me había tocado vivir o si trataban de quitarse de encima un pesado e insobornable crítico de aquel desbarajuste…Por otra parte fui conciente desde un primer momento de que mi alejamiento, al igual que el de muchos otros, permitiría el libre desempeño de aquellos sectores que al igual que en 1930 sólo buscaban beneficios personales por medios inescrupulosos. El liberalismo con su concepción del éxito personal y su particular proyecto de país imperaba en la Argentina y todos se “afanaban” por llegar más arriba aunque al mismo tiempo se hundiera la patria. Aquellos que en 1930 había recibido un impulso que los elevó a las más altas magistraturas, se enceguecieron de poder. Cosa lógica en hombres que nunca habían trabajado para llegar allí. Aquellos representaban un verdadero grotesco en su borrachera de poder. Cuando más alto iban más se envilecían y nunca recordaron el ejemplo del cóndor, símbolo de América, imagen que los políticos deberíamos tener siempre presente porque se trata del ave que vuela más alto y no se marea”.

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