miércoles, marzo 11, 2009

El susurro de la tierra.

I).- La dependencia económica.

La Revolución de Mayo se produce en la etapa histórica de transición mundial del feudalismo a un modelo de producción capitalista, donde ya había triunfado la revolución liberal-burguesa inglesa, americana y francesa. Nuestros revolucionarios, Moreno, Castelli, Belgrano, Monteagudo, Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes y otros, propugnaban el desarrollo de un modelo similar al que se venía dando en Europa, que constituía un proceso revolucionario, progresista frente al atraso y las restricciones existentes del sistema colonial español. La existencia de enormes latifundios es una de las tantas manifestaciones de la herencia colonial. Por ello, el desarrollo de la artesanía y actividades fabriles, la libre circulación de los productos en el interior del país constituían, entre otros puntos programáticos, los objetivos económicos sociales del ideario revolucionario de mayo. Pero la debilidad de las relaciones económicas de aquel entonces impedía contraponer un frente sólido a la fuerza de los terratenientes y los comerciantes monopolistas hostiles al cambio.
Esteban Echeverría, en su manifiesto “Joven Argentina” de 1837, sintetiza dramáticamente las tareas inconclusas de la Revolución de Mayo: “el gran pensamiento de la revolución no se ha realizado. Somos independientes, pero no libres. Los brazos de la España no nos oprimen, pero sus tradiciones nos abruman. De las entrañas de la anarquía surgió la contrarrevolución”.
Después de Caseros, en las luchas por lograr la unificación política del país, se perfilan dos corrientes, aunque no demasiado definidas. Una propugnaba cumplir ese objetivo mediante el desarrollo del modelo capitalista sobre la base de la independencia económica y política, pero no contaba con suficiente apoyo social. Era la continuadora de la línea de mayo. La otra postulaba impulsar la unidad política y económica del país por medio de la consolidación de la oligarquía terrateniente bonaerense, estrechamente vinculada al mercado europeo, en particular al Imperio Británico, y con la introducción de las relaciones capitalistas, pero bajo el predominio terrateniente. Sus representantes más destacados fueron Bartolomé Mitre, Juárez Celman, Julio A. Roca y Carlos Pellegrini.
En la década del ’80, con la federalización de Bs.As., se dieron las condiciones necesarias para un gran salto en el desarrollo económico social de la Argentina. Ello requería de las fuerzas políticas actuantes realizar cambios estructurales en la tenencia de la tierra, en que predominen pequeños propietarios unidos por lazos de cooperación, acentuar la intervención del Estado en obras públicas fundamentales y estimular el desarrollo en la producción de las artesanías y manufacturas. Pero los gobiernos de la oligarquía no tenían como objetivo la explotación intensiva de todos nuestros recursos potenciales y, si en cambio, cimentaron la base material de su propio sostén económico y político: la riqueza ganadera.
Bajo esta última orientación, la Argentina entró en la esfera de dependencia directa de Gran Bretaña, la que extendió sus redes en el país con inversiones en tierras, ferrocarriles, bancos, servicios públicos, frigoríficos y empresas comerciales. Éramos un ejemplo de país que, no obstante nuestra independencia política, estaba envuelto en las redes de la dependencia financiera y diplomática inglesa. Se fue transformando la economía en “complementaria” de la de Inglaterra, en la “granja” que la abastecía de alimentos y materias primas, a cambio de manufacturas europeas.
El impulso de la producción agrícola-ganadera en el litoral, la convergencia de la red ferroviaria sobre el puerto de Bs.As., con la mira casi exclusiva de facilitar el movimiento de exportación e importación, el establecimiento de las industrias de transformación en la cercanía del puerto de Bs.As. u otros del litoral, la utilización de los bancos y del monopolio del comercio exterior para obstruir la diversificación de la producción agraria e impedir el desarrollo de las ramas económicas ajenas al interés del Imperio o la oligarquía terrateniente, representaron sucesivas maneras de una deformación económica cuyas consecuencias todavía aún están presentes. Esa deformación acentuó las diferencias entre las provincias “ricas” y las llamadas provincias “pobres”, debido a la desigualdad del ritmo y de intensidad en la penetración de las relaciones capitalistas en unas y otras, y tornó evidente un proceso de desarrollo desigual que acrecentó los contrastes internos de la sociedad argentina.

II).- La sumisión política.

En la superficie, la Argentina de 1910 se jacta de diversos éxitos. Marcha a la cabeza del resto de Latinoamérica en cuanto a sus riquezas, su cultura y su desarrollo, al parecer una pompa suntuosa de logros. Pero era tan sólo un delgado barniz, debajo del cual subsisten enormes problemas políticos, económicos, psicológicos y de organización social.
En cuanto al aspecto político, la realidad era la de un Estado altamente centralizado cuya importancia en el esquema de la realidad superaba todo lo que podía imaginarse en Norteamérica, dado que en la Argentina era el Estado el que inspiraba, creaba y dirigía, mientras que las acciones individuales se ubicaban en un segundo plano. El poder del Estado estaba aún en manos de una pequeña clase gobernante que compartía el mismo linaje, los mismos intereses, la misma visión política, los mismos clubes, los mismos afectos, los mismos rumores y los mismos vínculos con la City de Londres. Pero esta autoridad era ad hoc y casi informal, ya que el sistema político cuya función era la de definir, administrar y adjudicar el poder público se había deteriorado casi por completo. Hacía tiempo que la política federal establecida en la Constitución había quedado reducida a una mera teoría, si es que alguna vez fue otra cosa. Los poderes de las provincias no eran más que una cordial ilusión. Entre el gobierno de Urquiza y el de Ramón Castillo los gobiernos provinciales habían sido desplazados por las autoridades centrales a través de ciento treinta y cinco intervenciones. Los partidos políticos estaban casi desintegrados o neutralizados y ninguno de ellos tenía una representación digna de los trabajadores, del sector empresarial o de los intereses rurales. El arte de la participación política estaba descalificado.
Un hecho notable es el estrecho entrelazamiento familiar que se observa entre los grandes propietarios. Por ej., en la provincia de Bs.As. un conjunto de 27 familias poseían 1.411.526 ha. de explotación y en su mayoría unidos familiarmente entre sí y, además, ligados con otros grupos patricios. Todos en su conjunto pertenecen a la clase alta de propietarios rurales. El conjunto de sus campos, por su extensión, equivale a la superficie de no pocos países europeos.
En 1930, cuando un golpe cívico-militar de signo nacionalista de derecha voltea a Hipólito Yrigoyen, se desplaza el poder del radicalismo para devolverlo después a las fuerzas conservadoras. En realidad, el golpe militar termina instaurando el estilo político anterior a la llegada del radicalismo al poder, apoyándose para ello en un aparato de fraude electoral que pesó durante toda esa década. Los gobiernos conservadores de este lapso trataron de pagar este pecado de origen con administraciones formalmente progresistas que aceleraron la recuperación económica de la Argentina, profundamente herida por la crisis mundial de 1929/1933. Pero también habían acentuado la dependencia en que se encontraban los puntos neurálgicos de la economía nacional respecto de los centros de poder radicados fuera del país; concretamente Gran Bretaña.
Durante esta “década infame”, la mentira política, el vasallaje económico, la miseria y la desocupación, la alienación de la cultura y el espíritu del pueblo fueron notas permanentes que crearon un estado de desaliento y escepticismo en vastos sectores populares. Se descreía de la democracia y se negaba aptitud a los tradicionales mecanismos republicanos que la Argentina había usado durante décadas; se alude a toda la realidad política como una farsa y se denuncia a la estructura económica como un simple tinglado-factoría cuyo verdaderos protagonistas movían desde el exterior a los cipayos nativos.
Por eso, fue también propia de la época una expresión lapidaria que tuvo prolongada vigencia en esos años y los siguientes “los vendepatrias”. Naturalmente, los conservadores de esos años no admitirían jamás semejante epíteto: su mundo, sus intereses, su estilo de vida estaba tan consustanciado con el país que lo habían organizado y manejado como una estancia, que consideraban sinceramente que lo que era bueno para ellos tenía que serlo, necesariamente, para la Nación.
De ahora en más, éste será el desafío, “un país para todos o un país para el trabajo de muchos y la alegría de pocos”.

III).- La injusticia social.

La relación entre la ciudad y el campo era, hasta mediados del S.XX, uno de los temas nacionales más urgentes. Para la década del ’40 los problemas son, básicamente, socioeconómicos más que políticos y sus orígenes se hallan en la cada vez más acentuada disparidad entre la urbe y el interior. Son dos mundos diferentes, cada vez más vinculados y a su vez, por extrañas circunstancias, cada vez más distantes. La riqueza aún provenía de la llanura pampeana, de donde salían para nunca regresar. Las vías del ferrocarril ligaban a las provincias con la capital, pero no las unían entre sí. Las nuevas industrias florecían en Bs.As. y en el cercano litoral. La modernización que había llegado a estos lugares constituía a su vez un oprobio, ya que servía para enfatizar el atraso de las provincias en vez de contribuir a subsanarlo.
En gran parte de la llanura pampeana, a modo de ejemplo, el modo de vida casi no había cambiado desde la época de las guerras civiles. Ranchos de barro y paja y piso de tierra; enfermedades endémicas; niños subalimentados; falta de agua corriente y electricidad; índices de analfabetismo superiores al 50%; peones apiñados en camiones o carretones para ganado y transportados a sus lugares de trabajos recorrían largas distancias: un panorama desolador en contraste con la vanidosa Bs. As.
El jornalero que llega para trabajar en el campo es el de mayor sufrimiento, no tenían cama ni colchón, apenas un montón de paja de lino o chala de maíz y, para cubrirse unas bolsas de arpillera o yute que también servían como vestimenta. El dinero que se recauda por las cosechas no alcanza a cubrir los gastos de una familia y el costo del alquiler o el arrendamiento del campo. Muchas familias de pequeños arrendatarios son desalojadas y terminan ocupando un terrenito en donde construían sus viviendas precarias en las afueras del pueblo, junto a sus herramientas agrarias. A medida que pasa el tiempo, los pastizales cubren esas maquinarias y aquellos pequeños chacareros, que ya no podían mantener a sus familias, ni cuentan con otros medios de subsistencias, se ven forzados a malvender sus herramientas que tanto sudor les había costado conseguir y con las que ahora no podían siquiera hacer una miserable changa. Comienzan a migrar a las grandes urbes.
En ese en entonces, la producción argentina se sostiene con los frutos de la pampa húmeda: carne y cereales. Industrias alimenticias, textiles o de metalurgia liviana, proponían una complementación todavía incipiente. Era insuficiente la energía hidroeléctrica y las usinas térmicas pertenecían a grandes consorcios internacionales. No se fabrican automóviles ni neumáticos ni papel ni hierro ni acero. Carecíamos de flota mercante, los ferrocarriles son, en su mayoría, de propiedad británica. Los teléfonos, norteamericanos. Se explota petróleo moderadamente en la Patagonia y en le norte, por una empresa estatal, YPF, y otras privadas, británicas y norteamericanas. Pero el combustible líquido venía del exterior en su mayor proporción. No se extrae carbón. Y pocas rutas asfaltadas.
En cuento a los pueblos del interior bonaerense, están un poco más avanzados que las áreas rurales, aunque no cuentan con ningún asentamiento o instalación comercial de importancia. Tienen una capilla, una escuela, unos pocos comercios de ramos generales, calles sin pavimento, un cura, un jefe de policía; en conjunto, apenas lo suficiente como para arrugar la superficie de la llanura. El campo y los pueblos tienen poco en común, excepto el resentimiento hacia Bs.As., porque a pesar de lo humildes que eran, las poblaciones del interior no tienen conexiones significativas con el sector rural; no eran más que intrusos. Los pueblos y el desnudo escenario rural alrededor de ellos no tenían una misma comunidad social ni un intercambio cultural. El conocimiento y el pensamiento de uno no eran los del otro. La distancia social prevalecía por encima de todo en ese microcosmos de la fragmentación general. Tanto desde las ciudades del interior como del campo, los desposeídos y los desilusionados se lanzan hacia los grandes centros urbanos, sobre todo la capital, llevando consigo la cultura romántica del caudillo rural, del patrón de estancia, admiradora de Rosas. O bien llegaban sin ninguna cultura política, tan solo sobrevivir.
El nuevo inmigrante ha tomado la causa de los nuevos nacionalistas. Basándose en las emociones y en la nostalgia, el nacionalismo se había volcado siempre a un legendario pasado criollo fundado en los tradicionales valores provinciales. Ahora, siendo los problemas tan agudos, las aflicciones de la Argentina provinciana encuentran un canal de expresión en el nacionalismo, dándole vitalidad a este complejo movimiento.
Existen, además, otros problemas para esta época. La disparidad de clases, antes tolerable, se había tornado más ofensiva con los cambios económicos y sociológicos de los últimos sesenta años y no se había hecho ni propuesto nada para mitigarla. Los esfuerzos de los intereses mayoritarios para ganar un espacio más privilegiado, principalmente a través de los líderes socialistas, habían resultado infructuosos. En la práctica, la Argentina carecía casi por completo de legislación social, tan común ya en otras partes del mundo, porque no existen nuevas leyes y las antiguas no se pusieron jamás a la práctica. El movimiento obrero esta fragmentado y dividido en y por distintas organizaciones. La idea de que el trabajador, del obrero o del desposeído, en general, fueran posibles repositores o formaran parte del poder jamás se le había ocurrido a nadie.
La mayoría de las mujeres apenas se aventuran a trascender los umbrales de las casas; sólo salían para asistir a algún evento de caridad, para hacer las compras o para patrocinar alguna exhibición artística. Con iniciativa y coraje quizás presidían algún salón literario, publicaban alguna revista literaria o agrupaban a los movimientos de vanguardia. Los prejuicios sociales son muy fuertes.
En el plano de la psicología social, el imaginario se mantenía en la forma que España les había dado originalmente. Castilla y el mundo del gaucho habían quedado atrás, pero no tanto como pretendían. El interior seguía siendo criollo, tanto en el plano profundo como en el superficial. Si bien Bs.As. es europea en apariencia, es criolla en su estructura profunda a pesar de su conjunto, la influencia de esa civilización hispana es más fuerte que lo que admiten los mismos porteños.
Ante la multiplicación de problemas y la falta de soluciones, el espíritu del pueblo se va impregnando cada vez más de un sentimiento de desilusión, que se destaca como el obstáculo más relevante contra el cual deben luchar los nuevos líderes. El individualismo y la comunidad no estaban unidos en una ‘unión de organismos’. En cambio, estaban permanentemente en pugna. Impera la desunión, que responde a algún principio desconocido que parecía alejar cada vez más a todos los individuos. Las fuerzas armadas, los obreros, la Iglesia, las clases sociales y los viejos y nuevos nacionalistas reflejan esta separación. El enfoque más próximo a un consenso se da en la idea general de que la época está dislocada y que tarde o temprano, se deseara o no, sobrevendría un cambio drástico. Esta es siempre la opinión de la mayoría.
Siglo veinte, cambalache problemático y febril…el que no llora no mama y el que no afana es un gil…” sintetiza el poeta Santos Discépolo en su popular Cambalache.
La Argentina de 1943 es un país que navega a la deriva, escapando del control de todos los timoneles que surgían. Los oficiales y la tripulación luchaban en vano contra viento y marea. Era el momento que surgiera la figura de un nuevo capitán de barco para tomar un nuevo rumbo. O nos hundíamos!.

4 comentarios:

Sergio De Piero dijo...

Felicitaciones por el trabajo que haces en este blog.
Excelente la recopilación de retratos del viejo.
Salutti

MM dijo...

FELICITACIONES por este blog!!!

Me encanta este espacio que no enchastra la figura y el recuerdo de Perón con los mamarrachos del kirchnerismo.

Saludos!

nueva-politica-criminal dijo...

hola compañero!!
visite su blog y me parecio muy honorable para el Gral Peron!
espero qye siga asi escribiendo de lindo y honrrado!
visite mi blog cuando quiera!!
besos
la compañera jesi

nueva-politica-criminal dijo...

compañero felicitacoines por su blog!!!
es bien peronista y honrrado.. en todas sus palabras y relatos!!!

" El que posee ideas es fuerte, el que posee ideales es invencible "
cariños!
jesi